La Fundación Mapfre recuerda al pintor Juan José Gil en el primer aniversario de su fallecimiento

La mujer del artista, Alicia Batista, es la comisaria de la exposición 'Mi sancta sanctorum'

Exposición 'Mi sancta sanctōrum'

Exposición 'Mi sancta sanctōrum' / Juan Carlos Castro

Ayer se cumplía el primer aniversario del fallecimiento de uno de los pintores ilustres de la isla, figura indispensable para la Generación de los 70. La Fundación Mapfre Canarias conmemora la memoria de Juan José Gil en su sede con la exposición Mi sancta sanctōrum, que se podrá visitar desde mañana hasta el próximo 26 de julio.

El proceso de preparación de este montaje, que se inició en noviembre del año pasado, ha servido como espacio de tránsito al duelo de la pareja del artista, Alicia Batista. Bien arropada por su familia, aceptó a propuesta directa de la asociación ser la conservadora de esta exposición. Sobre este lapso de intensas subidas y bajadas, cuenta como fue el descenso al estudio del artista, debajo de su propia casa. Ahí era donde creaba el artista: su sancta sanctōrum.

La conservadora y mujer del difunto artista, Alicia Batista

La conservadora y mujer del difunto artista, Alicia Batista / Juan Carlos Castro

«No había estado en su taller desde el fallecimiento», cuenta para explicar que la iniciativa nace de la propia fundación canaria. Batista recalca la empatía y el respeto mostrados por su entorno, de lo que nace este montaje antológico extraído del recinto sagrado del pintor. En este punto, la curación para organizar y seleccionar el material de los peines ha sido exquisita y elaborada con la segunda opinión de la familia de Juan José Gil.

«He estado en un ambiente de paz que solo él me daba»

Durante estos meses pasados, Batista ha pasado largas horas en el estudio, ya sea seleccionando o restaurando algunas de las piezas. «He estado en un ambiente de paz que solo él me daba», confiesa. Esta que se celebra mañana a las 19.00 horas, supondrá la primera aparición pública de Alicia Batista en un acto de homenaje a su marido.

Principalmente, los criterios han pivotado en torno a los conceptos sobre los que él más pintaba. El mar, la isla y la casa son los tres pilares del imaginario que construyó Juan José Gil. Teoría poética que dio pulso a series como La casa, Paraislas, Fragmentos de la isla San Borondón, Ciudadano del Mar, Orilla, Del Equilibrio, Estancias, Elogio de la salida.

En total, una treintena de obras del autor, algunas inéditas que permanecían al resguardo de su taller. Esta apertura de puertas que realiza la familia del autor, regala una experiencia directa con su herencia artística. En la muestra hay cuadros de diferentes periodos y estilos pictóricos, porque como defiende la conservadora «lo que a él le gustaba era pintar. El motivo era lo de menos». Muchas de las que aquí se exponen permanecían olvidadas entre los peines del artista, descansando con los belenes, tradición familiar de la que disfrutaba en la misma medida que la pintura.

En la entrada del montaje se rescata un vídeo elaborado por diversas «voces de autoridad», como son la investigadora Ángeles Alemán, María del Carmen Rodríguez y el académico Leopoldo Emperador. Pieza que se fraguó en la colección panorámica de la Real Academia Canaria de las Bellas Artes, a la que Batista no pudo asistir.

Travesía marina

El pintor miraba al mar, pero sabía ver más allá del horizonte a causa de una gran visión universal que le venía implícita. Es en abril de 1979, cuando Juan José Gil viaja mar adentro, hacia Malpartida de Cáceres con Juan Hidalgo y Nacho Criado para asistir a la Segunda Semana de Arte Contemporáneo que organiza Wolf Vostell. De esa incursión en otras aguas, emerge el Gil del arte contemporáneo más radical. Ese que navega con capacidad de transitar desde lo local hasta lo universal y catapultar la idiosincrasia canaria a través del óleo.

Era curioso, como todo intelectual y supuraba arte por los poros «hasta para hacer un huevo frito», tal y como recuerda su mujer. No obstante, las inquietudes y el cuestionamiento derivado del perfeccionismo extremo chocaron con su nieta Sofía, que lo explicaba todo con un rotundo «porque sí» o «porque quiero». Esa incuestionabilidad tan inherente a los niños como ella, y que queda perfectamente manifiesta en el texto escrito por Marta López Beriso dentro del manual de la exposición.

'Mi sancta sanctōrum' de Juan José Gil

'Mi sancta sanctōrum' de Juan José Gil / Juan Carlos Castro

Exhausto por ese viaje por mar que era su arte, Juan José Gil arriba a la Orilla. De ella surge la pasión por el contorno, plasticidad en la que Gil plasmaba su propia mente. En el díptico de Blancos y negros (1993) abunda el salitre. El ambiente es sombrío y húmedo, los colores oscuros, a veces negros. Expresa con belleza el historiador del arte y gestor cultural, Carlos Díaz, que es en esta obra «la materia, espesa y alquitranada; iluminando la angustia de la creación que supura del lienzo, se retuerce y expande en charcos de luz y bramidos de espuma.

Decía Gil que «sentimos nostalgia del futuro, adivinamos en el horizonte del mar cosas que pueden estar pasando a lo lejos Es el gran debate del isleño, la necesidad de salir y el miedo a hacerlo, un eterno ir y venir, el regreso al útero y el nacimiento». La Orilla, es la metáfora soñada como destino del artista canario. Allí es donde empieza el mundo real, es el «tema» de estas pinturas que aluden constantemente al yo del pintor.

Cuadros hechos de cristal

Todo acaba por lo alto en la serie Polis I, desplegando su esplendor al final del habitáculo. Es en esta serie de gran técnica mixta en la que el pintor empleó microesferas de cristal como seña ilustre. Intervenciones públicas como Cordialidad, Océano y Medusa en Do Mayor, muestran como el pintor se recrea en un recurso «fruto del estudio y de la práctica». Se asiste así al límite de lo que es pintura y escultura, a través del elemento táctil que el artista da vida en su obra.

Al igual que el mar persigue embelesado la luna y hace que fluctúen las mareas, Juan José Gil persiguió y defendió hasta el final su visión de la poesía estética. Un viaje que culmina en Mi sancta sanctōrum, que es quizás, por las condiciones en las que se ha concebido, el mejor homenaje que podía recibir el pintor desaparecido.